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ROSARITO, México — En una playa solitaria se veía una larga fila de caballos sin jinete; su cuidador no podía encontrar a un solo turista que quisiera montarlos.
Los vendedores de fruta y dulces y los que ofrecían masajes y tatuajes habían abandonado la búsqueda de clientes y, en cambio, se habían tumbado en la arena.
En el interior del conocido Rosarito Beach Hotel, solo el sonido de fondo de las olas del mar interrumpía el silencio.
El pueblo turístico de Rosarito, México, que por lo general está repleto de jóvenes estadounidenses que se divierten en discotecas abarrotadas, estaba desolado. Aunque el invierno no es la temporada alta, los residentes comentan que el comercio nunca había estado peor.
“No es normal, ¡todo está vacío!”, comentó Luis Pacheco, mesero de Papas & Beer, un conocido bar de playa. “Esto solía estar lleno de gente”, agregó, señalando las filas de coloridas sillas de madera en la arena, sin vacacionistas en traje de baño.
Quienes dependen de los visitantes estadounidenses para vivir atribuyen la marcada caída en el turismo del lugar a la reciente agitación en la frontera. Se refieren a la ciudad vecina de Tijuana, 25 kilómetros al norte, que recibió en noviembre una caravana migrante proveniente de Centroamérica y en donde cientos de personas permanecen en refugios sobrepoblados
“Incidentes aislados han creado una imagen distorsionada y negativa de la frontera, y todos sufrimos las consecuencias”, comentó Ricardo Argiles, director ejecutivo de la empresa propietaria del Rosarito Beach Hotel, que en su larga historia ha hospedado estrellas de Hollywood como Orson Welles, Spencer Tracy y Rita Hayworth.
Para llegar a Rosarito, la mayoría de los turistas viajan en auto en carreteras con vistas impresionantes del océano turquesa y acantilados escarpados.
Para muchos, este pueblo es mucho más interesante y refinado que Tijuana y, hasta hace poco, los fines de semana y durante las vacaciones llegaba una gran cantidad de jóvenes estadounidenses atraídos por los buenos mariscos, las hermosas playas y la animada vida nocturna.
Muchos residentes comparten la opinión de Argiles acerca de que las noticias negativas sobre la situación en la frontera disuaden a los turistas de California de ir hacia el sur.
El incidente que causó más miedo entre los surcalifornianos, según Argiles, fue el cierre del puerto de entrada de San Ysidro en noviembre de 2018, cuando un grupo de migrantes tomó por sorpresa el área y agentes del Servicio de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos dispararon gas lacrimógeno en respuesta.
Desde entonces, el Rosarito Beach Hotel ha sufrido una caída del 60 por ciento en la ocupación, dijo Argiles, y la propiedad tuvo su peor diciembre en décadas.
Los pocos turistas que se pueden encontrar compartían la percepción de Argiles sobre las razones que hacen que los estadounidenses se mantengan a distancia.
John Aslanyan, un farmacéutico de San Diego y visitante habitual de Rosarito, comentó que no había podido convencer a su prometida de acompañarlo al pueblo en un paseo de ida y vuelta. A ella le preocupaba que se repitiera el cierre de la frontera de noviembre, una preocupación compartida por muchos de sus amigos, agregó. Convenció a su hermana de venir de excursión.
“Esta es la primera vez que veo esta playa así de vacía”, comentó Aslanyan, el único comensal en un restaurante con vista al mar en Rosarito.
Moisés Espitia, analista del Centro Metropolitano de Información Económica y Empresarial, un grupo de investigación local, comentó que el malestar financiero ocasionado por el cierre de la frontera en noviembre fue particularmente fuerte en los sectores de servicios y turismo.
El día del cierre, los más de 59.000 restaurantes y hoteles en el área metropolitana de las playas de Tijuana y Rosarito sufrieron una pérdida conjunta de 6,7 millones de dólares, calculó Espitia.
“Acontecimientos como la caravana migrante, sin una respuesta adecuada ni medidas preventivas, pueden tener un impacto económico en las vidas cotidianas de la gente en esta área”, explicó.
Los migrantes centroamericanos por lo general son bien recibidos en México, pero a medida que la cantidad de turistas disminuye y la frustración y el temor aumentan en Rosarito y otras áreas que dependen del turismo en Baja California, algunos residentes molestos han comenzado a culpar a la caravana migrante.
“Vienen aquí con una actitud arrogante, exigiendo cosas y se aprovecharon de la ayuda que les ofrecimos. Argumentan que están huyendo de la violencia o la pobreza, ¡pero todos somos pobres!”, comentó Jorge Medina, gerente de la discoteca Bombay Beach en Rosarito. Medina dijo que el negocio se había desplomado casi un 80 por ciento en los últimos dos meses.
“La vida tampoco es fácil para nosotros”, agregó Medina. “Tenemos nuestros propios problemas, incluyendo la violencia, y es injusto que nuestras vidas se vean afectadas por ellos”.
Medina dijo estar de acuerdo con las medidas más duras que adoptó el gobierno estadounidense para disuadir a los migrantes, incluido el uso de gas lacrimógeno en la frontera y la promesa del presidente Trump de construir un muro más seguro.
Argiles, junto con otros propietarios de hoteles, está tratando de enviar un mensaje positivo a través de campañas en las redes sociales de que el pueblo de Rosarito está listo y dispuesto para recibir a los turistas de nuevo.
“Tenemos que recuperarnos de esto”, comentó.
Los datos gubernamentales, no siempre confiables, señalan que solo hubo un cuatro por ciento de disminución en general en la ocupación hotelera en Rosarito el último mes en comparación con el mismo mes en 2017 y los funcionarios locales argumentaron que la reciente caída en la cantidad de visitantes no puede atribuirse únicamente a cuestiones relacionadas con la inmigración.
Sin embargo, ante el discurso antiinmigrante cada vez más hostil del gobierno de Trump, a los funcionarios les preocupan las pérdidas económicas a largo plazo.
“Definitivamente no contribuye a un entorno ideal para el turismo y nuestra economía depende en gran medida de esta actividad”, dijo Ives Lelevier, subsecretario de turismo del estado de Baja California.
Abel Ortega, propietario del restaurante Villa Ortega’s en Puerto Nuevo, una comunidad al sur de Rosarito mejor conocida como Villa Langosta, recordó cuando la fila de comensales daba la vuelta al edificio y su personal de servicio no se daba abasto con la demanda de langostas fritas y margaritas.
Ortega mencionó que el año pasado en estas fechas tenía un promedio de veinte reservaciones al día, pero ahora tiene solo dos o tres.
Miró hacia la calle donde un trabajador invitaba a entrar con desesperación a los que pasaban por ahí. “Ahora es como un pueblo fantasma”, concluyó Ortega.